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El hombre que siempre hizo su parte


Por Francisco Álvarez.


En el año 2013, Orisel Castro y York Neurel empiezan a desempeñar el compromiso de la paternidad con la pequeña Valentina, quien con apenas siete meses de nacida, acompañará a sus padres a la realización de un registro fílmico que años más tarde devendrá en su primer largometraje El hombre que siempre hizo su parte.

En este filme se compone, a forma documental, un retrato del doctor. Carlos Rota; autodenominado científico, escritor y negociante; quien se encuentra en una lucha ferviente y urgente por publicar sus trabajos literarios e investigativos que han permanecido en las sombras de su profuso taller desde hace varios años. Al mismo tiempo, el doctor Rota se aferra al reconocimiento que le otorga la película que se encuentra protagonizando, manifestando recurrentemente el deseo de más proyectos fílmicos junto con Orisel y York. 

Pero, ¿cuál es el motivo por el que el doctor Rota se encuentra tan comprometido con ser reconocido?

El conflicto no es fácil. Mientras el filme avanza, percibimos gradualmente que el protagonista atraviesa un estado de oscura y profunda soledad; un abandono que, advierte quizá, que el camino recorrido por él se diluirá hasta el olvido, permitiéndonos presenciar la historia de un hombre que experimenta el peso de su tiempo sumergiéndose al final.

En los últimos años, Rota ha preferido un estado de apartamiento social, recluyéndose casi a tiempo completo en su taller donde alberga un antiguo teléfono que lo conecta con el exterior, pero al otro lado del teléfono solo lo escuchan con ahogo y tedio. En ocasiones, Rota expresa su resentimiento con personajes de los que apenas se sabe que son sus hijos, en otras, manifiesta el rencor con viejos enemigos a quienes llama diputados; vive una constante tensión con quienes en algún momento han formado parte de su vida frente a los que siente tan solo ingratitud. Ya lo decía Montaigne, «las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara». 

Es indudable que Rota mantiene una actitud hostil, inflexible y terca, volviéndose  un cascarrabias; singularidades humanas que con una mirada escueta caen en la trampa de juzgar, pero si decidimos hilar más fino, nos encontramos con una elocuente y rígida historia sobre la complejidad de la vejez, la cual poco a poco, nos vuelve contradictorios y obsoletos. 

Es entonces que se forma un paisaje complejo en el filme de Orisel y York, quienes deciden ser testigos directos de la historia de un anciano que se convierte en su propio tirano, mientras intenta resistir ante la inconsolable agitación del transcurso del tiempo, generando una tensión que nos muestra el carácter desigual de esta disputa que ataca a Rota por varios frentes. 

Por otra parte, el encuentro entre los realizadores y el doctor Rota crea una complicidad humana que desemboca en un juego de emisor y receptor que concede grandes virtudes narrativas a la película.

En la una cara de la moneda, Rota es el narrador del filme, es decir, es quien se piensa y se cuenta, compartiendo una cantidad de anécdotas desde la memoria y su ficción.  Es aquí donde Rota expresa un mal sabor frente a los testigos del filme, ya que no logra evocar estos momentos con su palabra, como si el mismo pasado de Rota lo hubiese abandonado en este inconmensurable presente; Rota nos cuenta un camino nublado del que no logramos convencernos. 

Al reverso de la moneda, El hombre que siempre hizo su parte se transforma en un film de escucha por medio de Orisel y York quienes también intervienen en la narración, escuchando y preguntando a Rota, influyendo sin duda en el accionar del anciano. 


Los realizadores han empezado a ser padres poco tiempo atrás y esto no los detiene para empezar a fecundar su primer filme, permitiéndose que el tema de Valentina dialogue con  la vejez de Rota. En el inicio de este juego comunicacional entre filmadores/filmado, el llanto de la pequeña Valentina empieza a filtrarse sin que podamos conocerla. Progresivamente, el tema de la recién nacida vuelve a presentarse mientras los directores charlan sobre la organización del rodaje, en el que interviene la responsabilidad del cuidado de su hija. 

Mientras el film avanza, Rota pide la presencia y compañía de la niña, a forma de concilio con la juventud, con el tiempo nuevo. Esta característica es una de las que compone la imagen de Rota hacía una cierta ternura, donde de forma muy humana valora lo que ya no le pertenece. 

En un momento determinado Orisel y York, de la mano de Juan Soto en la edición, nos permiten la oportunidad de extrañar a Rota, después de un desconcertante diálogo que el doctor propone sobre su propia muerte, haciéndonos palpar una vida que probablemente quedará inconclusa al ser atravesada por una potente y celosa vejez. 

Es así que con una narración muy cuidada, Orisel y York nos permiten adentrarnos en la vida de Rota, quien a estas alturas ya nos parece muy familiar, y quien nos alarma tiernamente con la cantidad de proyectos que tiene en mente.  Ahí está el Doctor Rota, mostrándonos que «el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza» (A. Mourois). 


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Dirección: Orisel Castro y York Neudel

País: Ecuador

Año: 2018

Producción: Orisel Castro y York Neudel (Cactus & Hedgehog) Edición: Juan Soto y Orisel Castro Fotografía: York Neudel Sonido: Raymi Morales

Duración: 95 minutos

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