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La Rosa Azul de Novalis, lo Vulgar-Sublime


Por Orisel Castro.


Escribe Borges que escribe Novalis:

«La vida no es un sueño, pero puede llegar a ser un sueño».


Dice Marcelo que en otra vida fue un general, tal vez, Genghis Khan y eso explica su pasión por la violencia, pasión que intenta controlar y canalizar a través del sexo. Dice que también fue el poeta alemán, aristócrata —y heterosexual—, Novalis. Marcelo es el protagonista de esta película de Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro, y en ella encuentra la vía para contarse, exponerse y performar sus fantasmagorías y fantasías. Si algo hubiera sido en la vida era actor, dice, pero la utilidad es lo que menos le interesa.


Novalis murió joven mientras buscaba una flor imposible: una rosa azul. Marcelo lamenta —con lágrimas en los ojos— que ahora cuando entra a un supermercado, lo primero que ve es aquella rosa de un azul que no se encuentra en la naturaleza. La vulgaridad de esa imagen tan mundana, falsa, artificial, desalmada es la que se vuelve sublime en su ironía y fatalidad.


Marcelo está en su casa, desnudo, en una posición casi imposible que reproduce otra imagen en el fondo. Su culo —como él lo llama desenvuelto— está tomando el sol mientras él lee. Se pone su kimono y nos explica que es su rutina de cada día por una deficiencia de vitamina D. Lo que vendrá es una larga conversación con este hombre fabuloso que se desnuda y se cubre alternativamente en un juego de seducción/ gesto, de intimidad que nos acerca y distancia por turnos. Los rituales de Marcelo, sus abundantes referencias y sus expresiones son exquisitos y calculados, en una travesía circular que no deja cabos sueltos. Todo empieza y termina en el culo de Marcelo, que es Marcelo y que es Dios. El dolor del cuerpo, de identificarse con el cuerpo y separarse de su dolor a través del humor es semejante a la búsqueda romántica de Novalis, que quiere reconciliar el mundo interior con el exterior. «Yo me siento tan vulgar de intentar definir qué es la rosa azul para un hombre que murió buscando eso», dice Marcelo y especula: «Es el amor que vio morir, o Dios, la trascendencia, la muerte, la catarsis. Es eso que no existe... pero que existe». Esa frase se va materializando durante el metraje, tanto en las palabras, como en las escenas estilizadas que representa Marcelo sin salir de su casa. Escenas de muerte o de sexo en las que el protagonista entra y sale del personaje para seguir contando y mirándose desde afuera al tiempo que actúa y finge que finge. En el artificio doble yacen los momentos de verdad. Ese tanto reírse de sí mismo revela un dolor sincero y esa exposición humillada y sometida es la que porta un poder y una fuerza muy nueva en esta película. Más nueva que la mirada más atrevida en el abismo al que nadie se había asomado antes. Dejarse penetrar por la cámara es su acto liberador. Así subvierten los tres artistas la lógica de la relación entre lo activo y lo pasivo, mientras lo poético, de tan original, se vuelve vulgar y se cierra el círculo.


Marcelo habla de la mística de la Dama de las camelias, de Blanche Dubois, de Hilda Hilst, de Kafka, del incesto, del padre, de la angustia y de su abuela frígida. En las pausas, en los silencios y en algunos ademanes aparece la tragedia que uno imagina que crece cuando se van los cineastas. Un conocimiento tan exhaustivo del cuerpo, de los traumas, de la vida y hasta del alma tiene que ser insoportable, pero puede que, en el fondo, tenga mucho de sueño.


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Titulo: La rosa azul de Novalis

Dirección: Gustavo Vinagre & Rodrigo Carneiro

País: Brasil

Año: 2019


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