Olanda y las memorias de los sentidos
Por Carolina Benalcazar.
En «Remarques morcellaires sur le champignon» («Observaciones fragmentarias sobre el champiñón»), Camille Paulhan comparte breves meditaciones sobre los apasionados encuentros que muchos hombres de occidente tuvieron con los hongos durante ciertos puntos de sus vidas. Uno de ellos, John Cage, dedicó gran parte de su vida a perseguirlos. Durante la Gran Depresión estadounidense, Cage —que vivía en California— comía todo hongo que se le ponía en frente. Durante su tiempo como profesor en la New School en Nueva York, una de las clases que impartía tenía como principal consigna identificar los diferentes tipos de hongos que habitaban en sus alrededores. De cierto modo, la cumbre de esta pasión fue su Mushroom Book (El libro de las setas) que habla de la cosecha de hongos como una forma poética de recolección, como los sonidos recogidos por un músico, sonidos que para él incluían el silencio. «Es como la cacería de huevos de pascua. Huevos que nadie ha escondido», escribió.
En los Cárpatos rumanos la pascua está atrás y el verano inaugura la recolecta de hongos en la región. Olanda (2019), la película dirigida por Bernd Schoch, también tiene una manera de tratarlos como huevos de pascua, como algún tipo de tesoro que buscan las personas a quienes acompañaremos en su labor de recolectarlos. Mucho de esta aproximación viene motivada por la experiencia que el mismo Schoch tuvo creciendo rodeado de hongos en la Selva Negra alemana. «Huevos que nadie ha escondido», escribe Cage. Nadie menos los mismos montes, sugiere la película. Parecería que el simple hecho de colocar una cámara en aquellas profundidades basta para reconocer su poder de ocultamiento. Olanda, sin embargo, no parece querer embarcarse en la tarea quizás inconmensurable de descifrar el carácter misterioso de los Cárpatos rumanos, sino, más bien, en la de navegar la labor misma del desciframiento al convivir con quienes la llevan a cabo.
El título de la película, a diferencia de muchas otras, asoma en algún punto de su segunda mitad durante una secuencia que, acompañada de una música electrónica, nos sumerge en un estado onírico y de sueño acelerado. Dentro de ese frenesí, en letras blancas sobre una pantalla negra se presenta Olanda. No es hasta un dialogo intercambiado entre los recolectores que aprendemos que Holanda, entre otros países de Europa occidental, es uno de los principales destinos de los hongos. Se sabrá poco sobre la ruta que realizarán desde el este hacia el oeste del continente. De hecho, se sabrá poco sobre las historias de los hongos y sobre cómo estas se transformarán en su tránsito geográfico. En su libro The Skin of the Film: Intercultural Cinema, Embodiment, and the Senses (La piel de la película: Cine intercultural, materialización y los sentidos) Diana B. Polan y Laura U. Marks argumentan que las historias de objetos transnacionales corren el riesgo de perderse en la ruta y quienes pueden conjurar aquellas historias son las memorias de los sentidos, el tacto, por ejemplo.
Olanda registra las manos de los recolectores con gran curiosidad. Esta se manifiesta en la recolección, el lavado, la pelada y la selección de los hongos, también en el consumo de tabaco, en la manipulación de un cuchillo para comer y en la lanzada de dados bajo la lluvia. Las manos de los recolectores albergan en su memoria las historias de los hongos antes de su entrada al circuito comercial, antes de que quizás se pierdan o fragmenten en su lógica lineal. Esas manos también albergan en su memoria las historias de los mismos recolectores. Sus cuerpos buscan los hongos que el monte esconde, es por esto que se mueven en función de la adivinanza y la exploración y, por lo tanto, exceden todo sentido de linealidad. Olanda nos da la licencia para valorar a aquellas relaciones táctiles como fuentes profundas e insospechadas de conocimiento. Como el silencio lo fue para John Cage.
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Titulo: Olanda
Dirección: Bernd Schoch
País: Alemania
Año: 2019
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